En los últimos tiempos estamos asistiendo a una práctica un tanto desconcertante entre la clase política española. Cada vez más a menudo el político de turno comparece ante los medios de comunicación sin aceptar preguntas de los mismos. Y cuando las aceptan se limitan a repetir el titular que quieren colocar ese día obviando la verdadera naturaleza de la pregunta del periodista. Un ejemplo reciente ha sido la entrevista a González Pons por parte de Ana Pastor. A pesar de la insistencia de la periodista, que considera que «hay que forzar al político a responder», el portavoz popular no contestó a la pregunta.

Al margen de que considero que los principales responsables de que esta práctica cada vez esté más extendida son los propios medios de comunicación que la consienten, quiero traer a esta tribuna otro aspecto sobre el que reflexionar: la pobreza del discurso y las escasas habilidades de comunicación de nuestros líderes.

Hace unos días Nicholas Carr nos advertía en una entrevista en El País de que nos estamos volviendo cada vez más superficiales. Él achaca esta situación a la influencia que el mundo de Internet está teniendo sobre nuestra capacidad de controlar nuestros pensamientos. Creo que tiene mucha razón en su planteamiento. En mi opinión hay además otra consideración importante: no sólo somos cada vez más superficiales a la hora de procesar la información, también somos cada vez más superficiales a la hora de expresarnos. Y de esto es responsable un sistema educativo obsoleto que se olvida, entre otras muchas cosas, de la comunicación.

Todos sabemos que uno de los grandes problemas de nuestros estudiantes (los líderes del mañana) es su escasa habilidad para expresarse en público. En España un alumno puede recorrer todas las etapas de la enseñanza, desde la primaria hasta el grado universitario, sin que ningún profesor ni ninguna asignatura le hayan mostrado las claves de la comunicación en público.

Es cierto que el Plan Bolonia incluye el fomento de la expresión oral como objetivo común para el Espacio Europeo de Educación Superior, pero basta con echar un vistazo a los programas universitarios para ver que apenas unas pocas instituciones privadas han empezado a dar unos primeros pasos muy tímidos en esa dirección.

Si queremos realmente ganar en competitividad deberíamos fijarnos objetivos mucho más ambiciosos y diseñar un programa formativo que sea realmente efectivo, dedicando tiempo y recursos a la enseñanza de habilidades de comunicación como hacen muchos países de nuestro entorno (especialmente los anglosajones).