Europa precisa de una nueva narrativa

(Mi tribuna en EuroEFE, 27 de octubre de 2017)

El presidente de la Comisión Europea, Jean-Claude Juncker, pronunciaba el pasado septiembre su tradicional discurso del estado de la Unión ante una UE aún marcada por la decisión del Reino Unido de abandonar el proyecto comunitario.

Para The Economist, se trataba de un discurso que instalaba “un nuevo estado de ánimo en Bruselas: confiados pero no arrogantes, impacientes por el cambio después de años de inmovilidad incómoda, pero nerviosos ante la posibilidad de perder el terreno ganado”. Unas palabras que para la publicación inglesa reflejaban al menos que “aún hay signos de vida en Bruselas”.

“Despleguemos las velas y aprovechemos los vientos favorables”, pedía el presidente de la Comisión Europea ante una expectante y algo descreída vieja Europa, tras desvelar su visión para el proyecto europeo con numerosas propuestas y con un mensaje claro hacia la renovación e incluso el optimismo.

Sin duda, el presidente de la Comisión Europea tiene una misión importante en la construcción de percepciones: su mensaje debe llegar a la sociedad y a las empresas, a los ciudadanos y a los mercados para ilusionar, para convencer de que este proyecto a 28, pronto 27, no tiene vuelta atrás. Y no cabe duda de que la precisión de cada palabra de ese discurso es ajustada y pertinente, pero ¿fue eficaz en su intención de llegar transversalmente a toda la sociedad? Parece que no. Así lo precisaba al menos el corresponsal de El Mundo en Bruselas, Pablo Rodríguez Suanzes, durante la jornada “La Europa postcrisis: recuperación y desafíos”, que desde la Universidad Europea celebramos el pasado 24 de octubre en la Oficina del Parlamento Europeo. “El discurso es brillante, pero Juncker ha sido incapaz de sacar frases cortas, directas, con capacidad viral”, sentenciaba. Sin duda, un discurso magnífico, pero cuyo mensaje resultaba difícil concretar en este mundo de inmediatez y urgencia, ávido de simplicidad y en el que los referentes sencillos y directos son los más consumidos.

También en esta jornada, coincidía en el diagnóstico Borja Lasheras, el director de ECFR Madrid, apuntando que una de las carencias del proyecto europeo es la “falta de inspiración para una nueva narrativa, ya que hay que asumir que la Unión Europea de hoy no es la de hace 60 años”.

Nuevas narrativas

Una idea, la de la nueva narrativa, que probablemente ayudaría a reducir “la brecha entre las instituciones y la ciudadanía”, como con buen acierto señalaba Cristina Manzano, directora de la revista esglobal, o para recuperar “una reflexión social que ponga el foco en los ciudadanos” como reclamaba Rebeca Cordero, docente de la Universidad Europea, en la mencionada jornada.

El diagnóstico parece claro y a estas alturas es indudable que los procesos de comunicación de las instituciones han fallado y, por ende, la reputación de las mismas vive horas bajas, pero es preciso evitar la demagogia y alejarse de lugares comunes. No se puede construir sobre palabras huecas, los ciudadanos necesitan mensajes claros que les vinculen con el proyecto.

Durante demasiado tiempo hemos comprobado cómo la escasa permeabilidad de las instituciones y su falta de eficacia a la hora de llegar a la sociedad civil ha contribuido a instalar ese profundo desarraigo en el que hoy viven muchos europeos respecto a las instituciones comunitarias.

Sin embargo, no creo que falten ideas, ni siquiera ilusión en torno al proyecto europeo, aunque sí debemos buscar nuevas fórmulas, cauces distintos, que se concreten en esa narrativa efectiva y clara, que muchos reclaman. En este sentido, quizá la clave se halle en conciliar la política europea percibida como algo aburrido con un mensaje diversificado y adaptado a los nuevos canales. En definitiva, llegar a esos jóvenes que tan importantes son para el proyecto europeo.

Conectar con los ciudadanos, especialmente con los jóvenes

Hoy, y especialmente en este tiempo de reflexión “post-Brexit”, se hace más necesario que nunca asumir que el proceso de comunicación debe pasar por generar un debate público que conecte con todos los grupos sociales.

Los últimos datos del Eurobarómetro confirman estos tiempos de optimismo. Así, hasta un 70% de los ciudadanos en España piensa que ser miembro de la UE nos ha beneficiado a todos. “España es una fuerza motriz de Europa. Y el lugar de España está y seguirá estando en el corazón de Europa”, decía Juncker hace unos días en su discurso de aceptación del Premio Princesa de Asturias en Oviedo.

El proyecto europeo debe contarse bien, porque ahí reside parte de su “fuerza motriz”, el reto es que seamos capaces de descubrir los mecanismos que nos permitan abrir nuevos cauces, tal vez sin certezas, pero al menos cargados de convicciones.